10 marzo 2007

Auto crítica de la profesión

Audaz publicación titulada: “Un oficio de fracasados”. Ahí es nada. Así rotula Rodolfo Serrano su impactante libro negro sobre el periodismo (Ed. Bernice, 156 págs.). Lo subtitula “Libelo pro y contra el periodismo”. Advierte de entrada que prescinde de lo primero, para hacer sangre de lo segundo: “Como en la actividad periodística, hemos optado por contar lo anormal. No hablamos por tanto, salvo en raras ocasiones, del trabajo bien hecho, de la historia de miles y miles de profesionales que han dignificado y dignifican este oficio”.

La pulla más pesada y agorera que había llegado a mis oídos era: “Si al acabar la carrera no sirves para nada, hazte periodista”. Pero se ve que la broma tiene su abolengo. El libro se inicia citando a Mark Twain: “Habiendo fracasado en todos los oficios, decidí hacerme periodista”. Dicho lo cual, Rodolfo Serrano pasa al ataque. Agárrate, que viene curva. No tiene desperdicio. Es la crítica más mordaz y socarrona imaginable, hasta casi virulenta. Como botón de muestra, no te lo pierdas, lee –si lo soportas- las siguientes definiciones:

Periódico: conjunto de páginas que se regalan en los quioscos al comprar libros, coches, abanicos o cruasanes.
Redacción: lugar donde antes se reunían los periodistas para hablar de sus cosas y tomar una copita. Hoy ha sido sustituida por un lugar en el que van los profesionales del periodismo a jugar con el ordenador.
Imparcialidad: es un objetivo al que hemos renunciado la mayoría. Ante la imposibilidad de alcanzarla tendemos a ofrecer una visión de los hechos honesta.
Periodismo de investigación: habitualmente, fruto de una filtración.
Formación: el periodista no tiene que sabe de todo, pero sí de lo que habla.
Noticia: (hombre muerde perro) También lo es que un perro muerda a un hombre. Porque las circunstancias de los hechos determinan qué es noticia.
Tendencia actual de la Información: se viene haciendo un periodismo plano y gris, sin garra. Los periodistas no se preguntan por qué suceden las cosas. Sólo dan declaraciones que hacen personajes, pareciendo que no hay hechos.
Trabajo periodístico de calle (citando a Manuel Rivas): “ahora, si ves un periodista por la calle, es probable que sea un despedido”.
Tertulias: son un peligro para la salud mental. De todo entienden y de todo pontifican. Y escuchándolos habría que preguntarse cómo es posible que gente que lo tiene todo tan claro en economía, moral o política no haya dedicado su vida a la economía, a la moral o a la política.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Absolutamente de acuerdo. Desde el mismo momento en que consentimos que nuestro trabajo lo pueda hacer cualquiera, sin importar que no sea un experto en comunicación (que es en lo único en que debemos ser expertos los periodistas), no estamos dejando comer el terreno. Si a eso le unimos que un periodista no es más que un trabajador de una empresa que se llama periódico, radio o televisión, pa'qué queremos más: somos los ejecutores propagandistas de los intereses empresariales de las compañías para las que trabajamos (por no hablar de los periodistas que ejercen su poder de influencia para difundir sus propias ideas que consideran "verdades universales irrefutables" o para conseguir favores de tipo personal).
Además de los empresarios de la comunicación,también empresarios de otros sectores y políticos han visto en los medios de comunicación el campo perfecto para librar sus propias batallas. Y a nosotros no nos queda otra que soportar que los políticos se nieguen a que les preguntemos en las comparecencias públicas o incluso que nos acusen de intoxicar con nuestros mensajes.
A pesar de todo ésta es la profesión más bonita del mundo para los que nos gusta y no somos capaces de resistirnos al veneno de contar lo que pasa. Para que luego digan que la vocación es para el clero y el ejército.

Anónimo dijo...

Extraido del Diccionario del Diablo, escrito por Ambrose Bierce, periodista estadounidense

SECRETARIO DE REDACCION:

Maestro de misterios y señor de leyes, encumbrado en el trono del pensamiento, el rostro iluminado por los oscuros resplandores de la Transfiguración, con las piernas entrelazadas y los carrillos inflados, el secretario de redacción derrama su voluntad sobre el papel y lo corta en trozos de la extensión requerida. Y a intervalos, tras el velo del templo, se oye la voz del jefe de taller, que reclama ocho centímetros de ingenio y quince centímetros de meditación religiosa, o le ordena cortar el chorro de la sabiduría y batir un poco de "interés humano"..


Felicidades atrasadas!