29 febrero 2008

Espíritu crítico

Da vergüenza esta campaña. El mal de España, es un mal de cultura. Criticar no es insultar, atacar y ofender. Criticar es discernir, distinguir y razonar. Eso es lo que aquí nos falta, y bastante. No nos informamos, ni sopesamos las opiniones, ni nos cuestionamos de entrada todo lo que nos dicen.

No leemos. No pensamos. No razonamos. No discutimos civilizadamente. No dialogamos. No respetamos. No exigimos argumentación ni explicaciones que fundamenten las propuestas. Los políticos abusan del elector ciudadano, todo lo que éste les permita y les consienta. Más que modelos de ciudadanía, de sesudos guías de la sociedad, parecen propagandistas de anuncios: sólo quieren que les compres su voto.

“Una de las principales causas del hundimiento social, moral e intelectual de España es el exceso de incondicionales, y la falta de verdaderos críticos. Los fanatismos tienen un punto irracional y otro borreguil. Al final se termina admitiendo que todo lo dice o hace una determinada persona, grupo o partido político es correcto. Esto es un grave error. Entre otras razones porque el mejor apoyo que se le puede dar a quienes admiramos es juzgarlos con mirada crítica” (Itxu Díaz 28.02.08).

Todos tenemos mucho que aprender. Incluso más aún nos hace falta, cuanto más pensemos que no lo necesitamos. El sabio se considera a sí mismo ignorante, mientras que el necio se cree Salomón. Siempre ha sucedido así. Manejados, manipulados, aborregados, engañados y remolcados. Sin forjarnos nuestra visión propia. Sin tamizar nuestros juicios, sin argumentar los porqués y los motivos de nuestras ideas y decisiones. Mucho instinto, mucho énfasis, mucho arrojo. Pero nada de sosiego, nada de ponderación ni menos de crítica.

Faltan esas tertulias sabias, maduras, pausadas, sosegadas… Partiendo siempre de la base de que aquí nadie es perfecto, de que nadie tiene la clave absoluta ni el remedio universal, de que no existen ni la barita mágica ni el supersabio y de que todo siempre es mejorable, por definición.

Sabiduría es revisar fríamente los argumentos, sin alusiones personales, sin tomar parte de entrada por una beligerancia irracional, pensando que ‘el bueno’, es bueno para todo: apoyo incondicional; ‘el malo’, en cambio, todos a muerte con él: todo lo que él diga, es inadmisibe al cien por cien. “Casi todo iría mejor si fuéramos un poco más exigentes con lo que consideramos propio y un poco menos recelosos con lo que creemos ajeno.” (id.).

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