11 febrero 2009

“Seducidos por la muerte”

¿Quién decide cómo morimos? El psiquiatra Herbert Hendin defiende morir con dignidad. Editorial Planeta (2009) publica su obra, proponiendo si para los enfermos y los discapacitados existe un fin distinto a la eutanasia, al suicidio asistido. A 20 Euros en la Casa del Libro.

Contemplando los padecimientos de un moribundo agonizando, todos deseamos que deje de sufrir. Parece adecuado que un médico ayude a un enfermo terminal a morir. Ante tal situación, todos respondemos que preferimos morir sin dolor. Cierta pretendida compasión lleva a muchos médicos a eliminar con la eutanasia esos casos difíciles de enfermos terminales, en lugar de ayudarles a superar el miedo a morir.

Pero Herbert Hendin plantea otra pregunta: «Si fueses un enfermo terminal, ¿preferirías recibir tratamiento para eliminar el dolor, o más bien preferirías que un médico pusiese fin a tu vida?» En este caso, la respuesta al problema tal vez fuera distinta. Así responde:

Hace algún tiempo, un joven profesional de unos treinta años, con leucemia mielocítica aguda e incurable, apareció en mi consulta. A Tim le daban un 25 por ciento de probabilidades de sobrevivir con tratamiento médico, y le habían dicho que, sin tratamiento médico, moriría en unos pocos meses.

Tim, un ejecutivo ambicioso al que el trabajo le había llevado a prestar poca atención a su mujer y a su familia, se hallaba aturdido. Su reacción inmediata fue una preocupación desesperada por el suicidio y por cómo pedir a alguien que le ayudara a llevarlo a cabo. Estaba preocupado ante la expectativa de no ser ya autosuficiente y tenía miedo por los síntomas de su enfermedad y por los efectos secundarios que pudiera tener su tratamiento.

La petición de Tim va directamente al núcleo de la cuestión sobre el suicidio asistido y la eutanasia: nuestra necesidad de cuidar a la gente con enfermedades terminales y de reducir su sufrimiento ¿exige que demos a los médicos el derecho a acabar con la vida?


Esta pregunta nos ayuda a darnos cuenta de que la simple legalización o prohibición de la eutanasia no resuelve el problema humano de cuidar a los enfermos terminales: la opción del suicidio. Se supone a veces que el caso de un enfermo grave o terminal que quiere acabar con su vida es diferente del de otra persona que quiera suicidarse por otro motivo.
Pero lo cierto es que la primera reacción de muchos pacientes, como Tim, cuando saben que tienen una enfermedad mortal, es la de ansiedad, depresión y deseo de morir. Estos pacientes no son muy diferentes de los que reaccionan a otras crisis de su vida con el deseo de darles término con un suicidio.

Una vez que Tim y yo pudimos hablar pausadamente sobre la posibilidad de su muerte, y sobre lo que la separación de su familia y la destrucción de su cuerpo significaban para él, se redujo su desesperación. Aceptó someterse a tratamiento médico y en los meses de vida que le quedaron se mostró más cercano a su mujer y a sus padres.
Al principio no hablaba de su enfermedad con su mujer por el resentimiento que le causaba el que ella pudiera seguir viviendo mientras que él, probablemente, ya no viviría mucho más. Una sesión con ambos despejó ese maleficio e hizo posible que trataran del tema abiertamente entre ellos.
Dos días antes de morir, Tim hablaba sobre lo que se habría perdido si no hubiera tenido a esa mujer que le amara. Los últimos días de la mayoría de los pacientes pueden tener mucho significado si quienes los cuidan saben cómo tratarlos.
El especialista inglés en tratamiento paliativo Robert Twycross ha escrito: «Mientras haya esperanza, hay vida.» Y no es que se refiera a la esperanza de curarse, sino a la esperanza de poder hacer algo que dé significado a la vida mientras la vida dure.

Prácticamente todos los enfermos terminales tienen asuntos pendientes, al menos la necesidad de compartir su vida y su muerte con sus amigos, familia, médico o trabajadores de la residencia en que se hallan. Sin esa esperanza, los pacientes terminales, aunque no tengan dolores importantes, pueden sentirse torturados por el sentimiento de que sólo esperan a morir, y por eso puede que deseen acabar de una vez por todas.

Si el suicidio asistido fuera legal, Tim probablemente habría pedido ayuda a un médico para acabar con su vida. Como estaba capacitado mentalmente, habría sido considerado apto para el suicidio asistido. Se le habría procurado la muerte sin que nadie se hubiera dado cuenta de que se hallaba presa del pánico, y sin darle la posibilidad de curarse y de morir con la dignidad con que lo hizo.

«No quiero ser una carga para mi familia» o «Mi familia estaría mejor sin mí». Estas frases son indicadores típicos de una depresión suicida. El decir que uno es una carga suele reflejar el sentimiento depresivo de verse sin valor o sentimientos de culpabilidad, y puede ser una manera de pedir apoyo. Tanto si están sanos como si padecen una enfermedad terminal, estos pacientes necesitan asegurarse de que todavía son queridos, y su depresión ha de ser tratada.

Esta idea de que la vida pueda ser pesada y medida es por sí misma una de las características de las personas depresivas. Propongo enseñar a los médicos a reconocer la depresión y a actuar correctamente con los pacientes deprimidos, de tal forma que se les pueda ayudar a vencer el miedo a morir. Una vez logrado esto, la mayoría de ellos encontrará las fuerzas suficientes para afrontar su enfermedad y su propia muerte.


Herbert HENDIN


Recomiendo ver “Mar afuera”, de mi alumna María del Mar García Garrido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo un profundo respeto y admiración por quien quiere salir adelante a pesar de sus circunstancias de salud, por adversas que sean. Pero nadie puede decidir hasta qué punto es digna la vida de una persona. Yo apuesto por el testamento vital...yo sé en qué situación no quiero verme, yo sé que no quiero vegetar conectado a una máquina, porque eso para mí no es una vida que me merezca la pena vivir.

Pedro García-Alonso dijo...

El respeto profundo y la admiración son mutuos, estimado Anónimo. En mi caso, tengo razones sufridas y experimentadas para pensar como pienso.

Yo sufrí un accidente de coche muy grave a los 21 años, cursando cuarto de carrera. Quedé en coma. Inmóvil. Inconsciente. Inútil. Vida vegetativa. El parte facultativo, era de lo más pesimista. Aún lo conservo.

Nadie daba ni un céntimo por mi recuperación. El pronóstico médico, serio y firme, era que si yo salía del coma, y me recobraba, mi futuro como disminuido y deficiente, como una carga insoportable para mi familia y como una carga social insostenible, era lo más horrible que podía pensarse.

- Doy aquí gracias con toda mi alma a que no me desconectaron.

- Doy gracias de corazón a los que no me tuvieron "lástima", por la vida sin sentido que iba a llevar, si es que salía.

- Doy gracias con todas mis fuerzas por los que no tuvieron la "compasión" de darme una muerte "digna".

Los animales, con todo el cariño y el afecto que por ellos siento y profeso, no tienen sentido en una vida sin salud corpórea, sin poder prestar un servicio, sin contar con una utilidad. Es normal que las manadas abandonen a los individuos dañados: son una carga, son inútiles, no tiene ningún sentido cargar con ellas. Hacerlo, cuidar de los disminuidos, condenaría a la desaparición de la especie.

En el caso de los hombres, sucede exactamente al revés. Si descuidamos la débil, si desatendemos al disminuido, si no nos preocupamos por el más necesitado, la civilización se hunde, se deshumaniza, desaparece.

Eso es precisamente lo que nos está pasando. Desatendemos a los ancianos. Nos despreocupamos de los enfermos. Eliminamos a los no nacidos que puedan llevar algún defecto: ya no nacen casi niños dañados con síndromes. Es una depuración de la raza, que pasa factura, que –duele decirlo- nos animaliza.

Pues resulta que las personas somos algo más que los perros. Nuestra corporeidad, nuestra salud, nuestra utilidad, nuestra subsistencia, no son el único bien ni el único sentido que posee nuestra existencia. Toda vida tiene un sentido infinito, un valor inabarcable, una inmensidad de potencialidades… Puede ser querida, amada, servida, cuidada, apreciada. Puede significar el mejor punto de unión, de convergencia, de amor.

Es eso precisamente lo que nos hace humanos: poder superar la visión materialista, interesada, pragmática y aprovechada, de aquellos empeñados en aplicar la inyección letal a todo el que no cumpla con unas pautas de calidad de vida.

Pienso humildemente, que nadie es dueño de quitar, lo que no puede devolver. Ninguna vida es indigna: ni la de un anciano, ni la de un deficiente, ni la de un minusválido, ni la de un niño no nacido, ni la de un enfermo, ni la del incurable, ni la del enfermo Terminal, ni la de nadie.

Si ninguno admitimos hoy aplicar la pena de muerte a los asesinos, ¿por qué la ofrecen ahora como "regalo" a los inocentes?